La autoestima es la etiqueta o nombre que usamos para referirnos al modo en que nos valoramos. Podríamos decir que es la forma en que pensamos y nos describimos a nosotros/as mismos/as.
Si una amiga nos comenta que ha hecho el examen de una oposición y que le ha salido muy bien, que cree que podría pasar a la siguiente fase de la oposición e incluso sacarla sin problemas, tiene una actitud segura, se relaciona con los demás sin problemas, tendemos a creer que esa persona tiene una autoestima ajustada.
Este mismo juicio lo hacemos sobre nosotros mismos, o sea, tenemos pensamientos ajustados (útiles) o desajustados (poco útiles) respecto a lo que hacemos o a cómo nos describimos. Según a estos pensamientos, vamos a comportarnos de distintas formas (más inseguros, evitando relacionarnos con los demás, estando más callados, etc.). Pero nuestra forma de actuar también acaba influyendo en nuestros pensamientos, siendo un bucle que se retroalimenta mutuamente.
Por ejemplo, si me invitan a la cena de empresa pero creo que haría el rídiculo si fuese, es más probable que eso me influya y en la cena esté más tenso o nervioso, lo que hará que no me relacione con los demás de la manera en que a mi me gustaría. De esta forma, se acaba confirmando la idea inicial y generando más pensamientos (“soy muy introvertido”, “no tengo habilidades para relacionarme”, “he hecho el ridículo”, “no caigo bien a mis compañeros”) que a la vez provocan emociones desagradables (tristeza). Por lo tanto, con esta creencia, ¿cómo actuaré en la siguiente cena?
No nacemos con una autoestima alta o baja, sino que es algo que vamos aprendiendo según las experiencias que tenemos con nuestro entorno, la forma en que nos hacen sentir los demás o con lo que nos hacen creer.
Si solemos tener situaciones en las que no recibimos comentarios u opiniones agradables de las personas de nuestro alrededor, o incluso obtenemos comentarios desagradables, puede que influya en que nos valoremos de forma negativa. Si además esto se da en varios ámbitos (trabajo, familia, amistades), es mucho más probable que nos hablemos, comportemos o sintamos con una “baja” autoestima.
Por ejemplo, una persona a la que su jefe está comentándole continuamente los errores que ha cometido en su trabajo y sin indicarle lo que sí ha hecho bien. En este contexto laboral, es probable que la persona acabe pensando que es un inútil en su trabajo, que no sabe hacerlo bien y no sirve para ello, etc. a pesar de que objetivamente su desempeño esté siendo bueno. Imaginemos que esa persona, al llegar a casa también recibe comentarios negativos sobre cómo ha preparado la cena, por no haber hecho la compra, etc. Ya no solo es que «sea un inutil en el trabajo», ahora «no sirve para nada».
Si no recibimos comentarios o no tenemos experiencias agradables en el trabajo sintiéndonos realizados, o en la familia sintiéndonos valorados, es muy difícil que lleguemos a la conclusión de que somos capaces, competentes y que podemos afrontar diversas situaciones.
Si tenemos una forma desajustada de pensar sobre nosotros mismos y nos lo repetimos constantemente, acabamos creyéndonoslo. Estos pensamientos nos generan emociones desagradables y pueden dar lugar a comportamientos inseguros. Muchas veces, cuando nos sentimos así, acabamos transmitiendo esa imagen a los demás, y al final, confirmando mis ideas sobre mí mismo (he hecho el ridículo, se han reído de mí, etc.) .
Dado que la autoestima es algo que se aprende, podemos aprender a pensar, sentir y actuar de una manera diferente. Podemos aprender a valorarnos de una manera más ajustada a la realidad, lo cual implica también poder mostrarnos seguros a la hora de actuar y así, los demás, también percibirán esa imagen de nosotros/as”.
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